Aquella madrugada del 27 de enero de 1996 no era una más de las tantas que nos desvelabamos en el festival de Cosquín. Aquella había compartido con Marcelino Gonzalez -aborigenista- el escenario mayor, invitados por Jairo. Esa sensación de ver la plaza llena con 10 mil personas atentas a lo que haciamos es la primera imagen shokeante que me ronda en mi cabeza.
Ya tenía hecha obras como De sangre ó Déjame -incluidas recién ahora en el disco -, pero sirvió para prepararme a desafios mayores y compromisos más fuertes. por ese entonces participabamos con otros amigos en las diferentes peñas del festival y amanecíamos chacarereando ó a pura zamba -vino mediante- cada amanecer coscoino. Inevitable no recordar la voz de Tamara Castro en muchas de esas reuniones, cantando sus adorables "tangos" y al tiempo convertirse en grande como se lo merecía, por buena artísta y persona. Esas y miles de cosas, como las tardes de charla con el maestro Ramón Ayala, las noches de peñas con el Ica novo, los bailes en los balnearios, venían conformando un profundo y compacto ideario de pasiones, decisiones y renovaciones en mi persona, como artista y esencialmente como compositor. Otro aire era un sentido, pero el ventarrón me llegaba de todas la direcciones. Fué un verano crucial, entrañable y bello.